martes, 15 de septiembre de 2009

El tesoro de un falso rey



En el mercado de almas, a una jugada del destino, mi alegría empeñe por un cofre lleno de doblones, lamentos y papel consumido.
La avaricia me corrompió, y con el tiempo mi tesoro de angustia fue creciendo y creciendo, tal como el brote primaveral de la semilla que gesto a aquel árbol del fruto prohibido.
Capas y capas de una espesa mezcla de sabores intangibles a mi paladar, que rebotan en mi estomago y me dejan lleno de vacio.
Como te transportas por lo que el guerrero derramo en la lid, como mueves tu pluma con desplante impetuoso en este capitulo, orquestador de ritmos repetitivos.
Ya enganchaste tus hilos a mis sentimientos, titiritero vil, y no dejas de reírte de las caídas que tiendes para mi, sabes que mis rodillas aun sangran y eso te produce lujuria hacia mi sufrimiento.
Quiero deshacerme de ti a toda costa, pero no se que haría sin ti.
Eres esa bolsa llena de piedras que cargo a mis hombros junto con mi bolso, condenado tesoro de fantasmas vivos.
Machacas el latir al ritmo de tu tambor, y cada día apagas el sol más temprano y negocias con la luna falsa.
Te mueves en mis pulmones y le quitas la sal a mis aguas.
Quiero sacarte de aquí dentro para esconderte mas adentro, quiero pertenecer a la sonrisa sincera, y al colorido papel que ya olvide.
Borras mi mente a cada paso, y me convences de lo que no soy a cada segundo.
Carcomes mi mente y me matas, como un cáncer convences a mi cuerpo a necesitarte con pasión, y mueves mis manos alrededor de tu cintura venenosa.
Pútrido veneno de antaño, me consumes a cada trago, y me das muerte en vida a cambio de mi alma.
El final de una cinta rueda y rueda en mi proyector, y no puedo dejar de recurrir a mi celda sanguinaria y sadomasoquista.
¿Por qué no dejas tranquilos a estos parpados que ya están cansados de vomitar el fuego putrefacto de lo que me has dado?
Quiero inmovilizarme, detener mis vertientes, sucumbir en un mar de flores regado por lágrimas, y caer en el filo de la hoz.
Este camino se hace mas angosto, viciado en demonios, ojos rojos, cólera marchita y temores de ventisca.
Bórrame de tu pecho, exíliame de tu secta.
No necesito de un trueque tuerto y sin balanza.
Suelta mi mano, ya no te amo, nunca te he amado, y es que solo la lastima sigue perpetuando el beso espinoso que sello nuestro juramento maldito.