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Camino a mi habitación hay una larga tabla, que al caminar por ella ríe, y en otras ocasiones llora, todo depende del pensamiento que haya caminado antes que yo por ella.
En el umbral de mi habitación hay una gran puerta blanca, que juega o batalla conmigo, todo depende del pensamiento que haya entrado antes que yo por ella.
Vecina a la puerta, acariciando la nuca de mi cama y acurrucándose cada noche en una gran manta azul lluviosa, se encuentra una solitaria ventana, que esta poblada de luces estelares, y en otras ocasiones tan solo es un mar profundo, todo depende del sentimiento que se haya asomado antes que yo por ella.
Cada vez que camino por la larga tabla, abro la puerta, y me asomo por solitaria ventana, me aventuro en ese mundo llamado habitación, que es infinito y acogedor, y en otras ocasiones diminuto e incomodo, todo depende si fui yo el que encendió el farol que la ilumina, o algún sentimiento que se me hiso llorar, batallar y sumergirme en un mar profundo.
En el umbral de mi habitación hay una gran puerta blanca, que juega o batalla conmigo, todo depende del pensamiento que haya entrado antes que yo por ella.
Vecina a la puerta, acariciando la nuca de mi cama y acurrucándose cada noche en una gran manta azul lluviosa, se encuentra una solitaria ventana, que esta poblada de luces estelares, y en otras ocasiones tan solo es un mar profundo, todo depende del sentimiento que se haya asomado antes que yo por ella.
Cada vez que camino por la larga tabla, abro la puerta, y me asomo por solitaria ventana, me aventuro en ese mundo llamado habitación, que es infinito y acogedor, y en otras ocasiones diminuto e incomodo, todo depende si fui yo el que encendió el farol que la ilumina, o algún sentimiento que se me hiso llorar, batallar y sumergirme en un mar profundo.