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Esa tarde fueron al cine. Rieron, conversaron y caminaron. Al final de la noche, él la acompaño hasta el andén del metro. Ella lo miro a los ojos, y él supo que por más que se esfuerce y por más que quiera que no se vaya, su recuerdo y su cariño ya no viven en su corazón. Ella se fue en el último tren, el cual dejo una ráfaga de viento que ayudo a secar parte del adiós en las mejillas de él.
Él salió del metro, y se dio cuenta de que las luces de la ciudad se parecen a la lengua de las mariposas, a ojos cristalinos.
Él salió del metro, y se dio cuenta de que las luces de la ciudad se parecen a la lengua de las mariposas, a ojos cristalinos.
1 comentario:
Muchas veces parecemos como pequeños niños desesperados por conseguir aquel juguete que tanto nos atrae, y el sólo hecho de tenerlo ya nos genera una satisfacción, y nos quedamos con aquel juguete, nos quedamos con el objeto, o con alguien en especial.
Y es cuando no tenemos ese objeto, o ese alguien, que nos damos cuenta de lo verdaderamente importante. Nos damos cuenta que detrás de cada objeto, o detrás de cada persona, existe un regalo que va más allá de ese algo tangible, o de ese momento, o de esa acción o incluso de alguien. Nos damos cuenta que el verdadero regalo, es el recuerdo.
Cuando regalamos algo, una ida al cine, una conversación amena o una risa, el verdadero regalo no es esa película o esa conversación o esa risa, es el recuerdo de aquello, que es lo que perdura en el tiempo y que es lo que jamás dejará de vivir en un corazón, y eso es lo que nos dice en el fondo aquella lengua de mariposas urbanas. Contrario a lo que se pueda creer, es lo único que podemos atesorar todo el tiempo que queramos.
vmbra peregrino...
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