miércoles, 13 de mayo de 2009

Envoltura de mayo.


Envueltos en otoño se encuentran mis pies y cabeza.
Tapizas con alfombra persa al gestador infante, y con tus damiselas de plata nos invitas a tu tan esperado baile estacional; damiselas preciosas, que se mueven a hurtadillas entre el ocre espumoso, alzando sus frágiles vestidos rasgados, que no temen ocultar su majestuosa desnudes y mostrarnos hasta los pulpejos de tu alma.
Muéstrame aquel cuadro mímico que regalas con recelo al invierno, y que cristaliza de ópalo las miradas y el marco en que me retratas, para eternalizar este momento, y que no sea una caricia más de las tantas que me ha robado el tiempo y el viento.
Y mi cuerpo se empapa cuando prendes las incesantes fuentes de agua seca que tiñes del añejo color que robaste del arcoíris, invocando a minuciosas sensaciones, pudiendo oler hasta el exquisito plato que la humedad esta preparando en su cocina.
Me siento en tu regazo, y me muestras esos bailes sincronizados, ensayados hace nueve meses y que culminan en una marejada de catarsis, sentenciada por mis pasos al ritmo de una hermosa opera compuesta por los tenores alados.
Toma mi mano y vamos a caminar al madrigal que has decorado, y a cada paso sintamos como cruje tu viejo lomo y como haces callar al viento.
Al final del día das de tu propia sangre para deleitar las febriles sensaciones de tus seguidores, que se embarcan en cada tela purpura, o en ese espectro rojo verde que cuelgas en las ventanas.
Duermo despierto y sueño consiente cuando apagas las luces. Miro mi esencia, y esta envuelta en otoño.

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